martes, 10 de julio de 2012

El Testamento de un desconocido


Al estar en Perú, después de recorrer algunos de sus muchos lugares interesantes, en un lapso en que me olvidé de lo acontecido en Europa, visité una playa, en donde vino a mi mente el recuerdo de una leyenda que mis papás me platicaron cuando era niño, antes de salir a aventurar, recorriendo mundo. Es muy bonito, como decía mi mamá, salir a visitar las tierras extrañas pero ya conociendo todo lo referente a las mismas. A veces ni los habitantes lugareños conocen su mismo terruño. Agradecí a Dios la preparación total para la aventura, que me brindaron mis papás.

A principios del Siglo XIX en la Ciudad de Lima, Perú aconteció el siguiente relato:

Un mendigo, de nombre Diego Azcán se encontraba a un costado de la Plaza Principal a punto de ir al albergue, cuando de pronto paró un  enfrente de él un carruaje. Descendió del mismo el Notario José Canaleja quien lo invitó a resolver un gran problema que tenía. Partieron de inmediato con rumbo  a la Notaría.

En la citada oficina se encontraba la Señorita Marta Eugenia Alcántara, quien procedió a antender al anciano y a explicarle el motivo de su petición.

Martha nació en la mansión de los Valera, era hija de un lacayo y de una lavandera, quedó huérfana a temprana edad, por haber fallecido sus padres. Quedó al cuidado de la cocinera de la casa,  que era su tía.

Su vida consistía en ayudar a su tía y en contemplar el mundo en que vivían los Valera. Mucho le llamó la atención de Don Gerardo, el patriarca de la familia, quién siempre permanecía aislado y triste por el comportamiento de su familia.

Un día lo vió ensillar, el mismo su propio caballo y preparar sus arrios para viajar. Lo vio partir y observó cuando al anochecer su familia lo esperó en vano.

Pronto surgieron los problemas, la familia gastaba mas de lo que ganaba, además sus ingresos, cada vez se reducían mas por no hacer inversiones y porque ninguno de la familia trabajaba.

Acordaron continuar con su tren de vida y al cabo de diez años entregarían la casa a sus nuevos dueños, quedando ellos de acuerdo en salir de la casa al cabo de ese tiempo, con solo lo puesto para irse a otras tierras a comenzar de nuevo su vida.

Así, pasaron los años y en faltando 15 días para entregar la casa, siendo por cierto, tiempo de invierno, cerca de la media noche, llegó un anciano harapiento y ya vacilante, a las puertas de la mansión. Apenas podía tocar el aldabón. Fue Marta, quien apenas alcanzó a escuchar los aldabonazos, superando el miedo que sentía fue a ver quien tocaba a esas horas., el escándalo de los perros ya era mayor. Al abrir el portón, el anciano apenas podía sostenerse en pie, Marta lo ayudó a entrar. Debido a tanto ruido, tanto la familia como los empleados, ya estaban a un lado del anciano, no sin recriminar a Marta su acción. Todos sin excepción querían que el anciano se fuera, sólo Marta abogó por él; a regañadientes aceptaron con la condición de que pernoctara en el granero y la sirvienta se hiciera cargo del anciano.

En eso estaban cuando el anciano tomando un sobre de su saco, se los mostró y les dijo “esperen... por favor... guarden este sobre y ábranlo cuando yo haya muerto”. Todos al unísono soltaron la risa. Exclamando: ¡un vagabundo dejándonos su herencia!, continuando con su risa.

Marta condujo al anciano hacia la cochera para que el anciano durmiera un poco mas cómodo.

Al reposar el anciano, le confesó a la sirvienta que él era su antiguo patrón Don Gerardo Valera y que era otra vez el dueño de la casa, le mostró el titulo de propiedad de la casa que había recobrado mediante el pago de ochenta mil soles oro y el testamento. Azorada, Marta le preguntó que cómo le había hecho para ello si ella lo había visto partir con sólo su vestimenta y su caballo.

Don Gerardo le dijo: al salir de mi casa y estando sumido en mis reflexiones vi de repente en frente mío una carreta atravesada y un individuo que al tiempo que me hacía señas, me decía, “por favor caballero apeese y escúcheme, usted ha sido favorecido por la fortuna al pasar por aquí, no tema, solo escúcheme”.

Al apearme, el desconocido me confesó que era un navegante, que venía del Puerto de El Callao, en donde permanecía su nave, en acto seguido me mostró lo que ocultaba bajo la manta. Era oro, ¡oro puro! y me invitaba a que lo ayudara a acabar de extraer el resto del oro, ya que él solo no podía hacerlo. Le pregunté porqué me había escogido a mi y me dijo que no, que lo había hecho al azar, ya que él atravesó la carreta y murmuró, que invitaría al primer hombre solitario que apareciera y yo era el primero

Mientras íbamos rumbo al puerto, me convencí de que era preferible correr el riesgo, ya que mi familia no me tomaría en cuenta. Así fue, al llegar al puerto éramos tres personas, el navegante, un minero y yo. Ese mismo día embarcamos con rumbo a la Isla  desierta, al llegar, anclamos y bajamos lo necesario para extraer el oro. Nos propusimos cargar la goleta hasta lo mas que se pudiera. Después de dos días de intenso trabajo estuvimos  de acuerdo en  cargar lo que ya habíamos extraido, pero en ese instante un fuerte oleaje estrelló la goleta contra los arrecifes hundiéndola. De mil manera subsistimos por no sé cuanto tiempo; un día el navegante que me invitó, enloqueció, agarró el bote de remos y se hizo a la mar. No lo volvimos a ver; tiempo después el minero amaneció muerto; hasta que por fin tiempo después apareció barco de guerra peruano que me rescató. Les narré mi aventura y me trajeron a puerto, sano y salvo con todo mi cargamento de oro.

En el Callao, negocié todo el oro para evitar problemas posteriores y me dirigí a Lima, ahí recuperé mi casa y dicté mi testamento ante el Notario que siempre se hizo cargo de mis asuntos. El me informó del comportamiento irresponsable de mi familia y..................... contra lo que me esperaba, nadie extrañó mi partida. Volví a comprar mi casa, la cual junto con el efectivo volví a heredar a mi familia, terminado lo anterior me dirigí a mi casa y.,. ¡ya ves!, nadie me reconoció, todavía se mofaron de mí; ahora me arrepiento y pido a Dios que cambie mi testamento, quiero nombrarte a ti como heredera universal.

En acto seguido procedió a dormirse pues estaba muy cansado, yo también dormí cuidándolo. Al amanecer mi impresión fue grande, pues el Patrón estaba muerto. Cuando me controlé a mi misma busqué en sus bolsillos el testamento y ... ¡no lo encontré!, por lo que corrí a la casa del Notario para contarle todo lo ya narrado. Don José Canaleja comprobó después la muerte de don Gerardo y pudo comprobar el estado de ánimo indiferente de su familia.

Es por todo lo anterior por lo que requerimos su ayuda, le dijeron al vagabundo Diego Azcán, preguntándole enseguida ¿usted como mendigo, en dónde ocultaría un testamento?, a lo que el anciano Diego dijo: ¡ya comprendo!, esperan que yo les ayude, ...........lo haré con mucho gusto. Al quedar pensativo por un rato, rompió el silencio y les dijo: ¡yo lo hubiera dejado aquí en su Notaria, oculto en un cajón!. Asombrados el Notario y Marta lo dejaron que buscara y sin muchos alardes ni aspavientos, el anciano se dirigió a un cajón, al abrirlo, ....¡ahí estaba el testamento!.

Asombrado el Notario del acontecimiento, cumplió con el trámite legal, convocando a los posibles herederos. Días después en presencia de todos fue abierto el testamento y se le dio lectura. La heredera universal era ¡Marta Eugenia Alcántara!. La sorpresa para el mismo Notario era mayúscula, pues tenía su letra, sus sellos y su firma y por si fuera poco, la firma de Don  Gerardo Valera.

La familia ya no hizo ningún reclamo, se comportó conforme a la situación y no cayendo en la vulgaridad del reclamo, abandonó la Notaría.

Marta cumplió un sueño de Diego Azcón quien desde niño, quiso ser cochero de una gran familia. Su sueño se realizó, Marta lo nombró su cochero, oficio que realizó hasta su muerte.

La familia del difunto, se convirtió en los sirvientes de la nueva dueña, la  antigua sirvienta.

Se decía allá por el año de 1946, que todavía existían las ruinas de la que fue la famosa Mansión Valera.
Después de recorrer la mayor parte de centro América, pasé a Guatemala, país que siempre he querido conocer por su cultura pasada (mayas) y actual. 

Recordé como la ambición del imperio del mal, había destrozado Europa, el ver cómo pasa por sobre todas las cosas y seres sin importarle nada. Sé que por lo mismo, la ambición pierde, se aniquila ella misma o con ayuda, El anterior pensamiento me hizo recordar la siguiente leyenda:

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