Sojta Arco
En
mi estancia en el Perú pude verificar – no por duda – sino por anhelo
todas las historias narradas – de memoria - por mis papás.
La
historia que estuvo mas en mi mente debido a que en toda guerra se
repite a cada rato, es la de Sojta Arco. No sé decir si para dicha o
desdicha, pero lo que si sé, es que es un hecho que Dios permite ver a
los combatientes de uno u otro bando, mas cuando se tienen principios y
se lucha por un ideal.
Es un algo único que nos alegra.
En
la convulsionada Europa en 1945 en una de la múltiples retiradas me
tocó proteger entre otros a una mujer que acababa de dar a luz a un
hermoso nene. (nunca jamas volví a saber de ellos). los lleve hasta lo
que podía llamarse "un lugar seguro" Es una sensación indescriptible.
Ahora en el Perú los recuerdos y la tristeza se me unen y vino a mi
mente la siguiente historia.
Nacido
para la guerra Sojta Arco (Seis Montañas) un bravo guerrero que vió la
luz por primera vez en pleno combate. Su madre siguió a su esposo a la
lucha, en plena batalla en que los Incas eran superados en número por
sus enemigos y batiéndose en retirada como estában la carnicería era
espantosa. El padre de Sojta luchaba desesperadamente por salvar la vida
de su mujer y la de su hijo además de la suya propia en un inter gritó
el bravo guerrero ¡huye..., huye...! salva a nuestro hijo. La pobre
mujer presa del pánico corrió desesperadamente con la idea fija de
salvar a su hijo. Nunca mas volvió a ver a su esposo.
Pasados
diez años Sojta Arco era instruido en el Arte de la Guerra, sus
instructores lo veían con gran simpatía por el interés y el empeño
mostrado.
Se
convirtió en un destacado Capitán. Las victorias por él obtenidas, su
fuerza y su bravura le crearon una aureola de invencibilidad. Muchos de
sus contrarios le rehuían. Por lo que aquél que tan solo lograra herirlo
levemente era considerado en gran estima entre sus enemigos.
Después de una gran campaña la Gran Ciudad de Cuzco lo recibió como al nuevo creador y salvador del Imperio.
Pero
en un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y a Sojta Arco se le
poblaron de nieve sus sienes, sus brazos se debilitaron; tenía una
hermosa hija llamada Yuray Amancaj, optó por el retiro, así se lo hizo
saber a su Emperador. Este con gran pena y tristeza accedió a la
solicitud.
El
tiempo siguió su marcha, el gran guerrero pronto se hizo anciano su
hija se convirtió en una hermosa doncella. Infinidad de pretendientes
aspiraban a obtener su mano. Cañariti un bravo Capitán del Imperio Inca y
Yuray se enamoraron, la boda se llevó a cabo.
Sojta Arco podía morir tranquilo, se dijo para sí, pero ...
Mientras
eso acontecía, el conquistador ya había iniciado la lucha por el
dominio de esas tierras, varios pueblos ya se habían convertido en
esclavos del conquistador, otros mas fueron exterminados, quedaron
ruinas solamente.
Tal
parece la historia de siempre, el deseo del oro, la rapiña, el deseo de
poder y de dominio como únicos objetivos, eran vencedores sobre pueblos
mas cultos y civilizados.
Sojta
Arco al enterarse del avance del conquistador dijo: ¡DEBEMOS
DETENERLOS!, pero su yerno Cañarinti era contrario a esa opinión. Desde
el principio se sintió derrotado, decía que nada podía hacerse contra
ellos. En vano Yuray Amancaj trató de despertar el amor patrio, hacerle
sentir el amor a su pueblo. Cañariti se mostró dispuesto a no presentar
batalla. Todo terminó cuando el Gran Guerrero ya anciano le gritó: ¡eres
un Cobarde!
En
ese momento un mensajero llegó para avisarles que el invasor ya se
encontraba a las puertas de Cuzco. La batalla por la Ciudad iba a dar
inicio.
Y bien...¿qué ha decidido el corazón de Cañarinti?.
Mi
brazo no ha de presentarle resistencia a los blancos, fue la
contestación. ¡Me avergüenza que seas me yerno! Enfatizó Sojta al salir
de su casa.
Y
mientras unos dieron fiera batalla al invasor, otros se aliaron al
enemigo y otros mas se escondieron para ver el resultado de la primer
batalla (uno de ellos fue Cañarinti) para después unirse al vencedor.
Al
termino de la batalla salieron triunfadores los invasores, los Incas
salieron de su Ciudad Capital, entre ellos iba el anciano Sojta Arco.
Tenía
mas dolor en el alma que en el cuerpo. Le preocupaba la suerte de su
hija. De su yerno ya no tenía duda era un traidor y un cobarde.
Sojta
Arco hablaba todos los días a su pueblo los arengaba a no perder la fe,
los jóvenes veían la fatalidad y eso le preocupaba.
Así
las cosas, se preparó un ataque a las huestes de Pizarro y sus aliados,
pero... ¡como siempre! los traidores (o los Topos de ese entonces)
jugaron un gran papel, avisaron tres días antes del ataque y se preparó
la defensa. los Incas atacaron ese día pero la noche los alcanzó por
igual sin definir aún el triunfo. Continuaron poniendo sitio a la
Ciudad.
Mientras tanto Cañarinti se había unido al invasor al igual que muchos otros incas.
Una
noche Sojta Arco al pie de las fortificaciones invasoras lanzó un reto a
Pizarro para una lucha entre ellos dos, pero ningún Capitán invasor
aceptó el reto, tardaron mucho para contestar hasta que al fin alguien
aceptó el reto, pero... era Cañarinti que quería cobrar venganza a su
suegro por haberlo llamado cobarde y traidor.
Con
gran dolor en el alma Sojta Arco tuvo que enfrentarse contra un hermano
inca, su yerno que se había descarado mas afirmando la traición a su
pueblo. La lucha fue pareja, pero mas debilitado por la tristeza y por
el dolor interno en el alma que por la juventud y fuerza de su yerno,
Sojta Arco perdió la lucha y el traidor cercenó la cabeza del insigne
jefe del ejército Inca.
Estaba feliz y seguro de ser jefe de algún señorio.
El Ejercito Inca mudo y triste levantó el sitio para irse a diluir en los campos por no haber sabido defender su Imperio.
Su
esposa, hija a su vez de Sojta Arco al enterarse de lo sucedido,
abandonó su casa, la ciudad y todo cuanto le rodeaba. El traidor en vano
la buscó.
Pasaron
los años y continuaba buscándola, nadie quiso o supo decirle algo,
hasta que un día alguien se compadeció cuando - el traidor como ya lo
conocían - le preguntó, este le dijo:
Ahí la tienes, desde hace mucho tiempo reposa en esa tumba; murió de pena y sin amparo por culpa tuya.
Cañarinti
se dirigió al lugar señalado, pero al caminar cortó una azucena para
depositarla en la tumba de Yuray Amancaj. Cuando la colocó en el lugar,
ésta se tornó roja, haciéndole saber su amada que no le perdonaba la
traición a su raza y a la muerte de su papá, comprendió tarde su crimen y
que no supo defender a su raza ni a su pueblo.
Cayó muerto víctima de los remordimientos y ahí junto a la roja corola creció un cactus.
Domina, exáudi orationen meam.
Señor oye mi oración
El
presente escrito fue hecho por el Ing. Federico Juárez Andonaegui,
agradezco personalmente la participacion de tan habil escritor.
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